El miedo no lo deja dormir. Lo
peor que le puede pasar a un megalómano crónico es sentir cómo se
erosiona su base de sustentación. Las estatuas imaginarias se deslizan
impunemente hacia el fango de la historia. Sus colegas del continente
chupan la ubre petrolera y se marchan rápidamente para no hacerse
copartícipes de sus enredos mentales, lo prefieren a kilómetros para no
salir salpicados para cuando vaga por las nebulosas. Sus últimas
intervenciones televisivas en donde agrede de manera inmisericorde al
candidato de la unidad nacional y futuro presidente Henrique Capriles
Radonski, dejan ver a un
hombre profundamente perturbado que trata
infructuosamente de dibujar variables que solo existen en sus telarañas,
nada que mostrar más allá de la agresión verbal y el miedo a perder el
poder. Un maremoto político mueve sus pies y lo induce a sufrir de
insomnio; los aduladores se evaporan al sospechar que el idílico paraíso
de triquiñuelas se desparrama de manera dramática, las otrora enormes
concentraciones hoy solo son convocatorias mediocres que van a la par
con los discursos decadentes del paciente oncológico.
La reaparición de una "lesión de
dos centímetros", en la misma zona donde sufrió el
cáncer inicial y a
menos de un año de la primera cirugía, le indica a los oncólogos dos
cosas: la quimioterapia no fue muy efectiva y, probablemente, el
presidente Hugo Chávez deba someterse a radioterapia o radiocirugía.
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