domingo, febrero 12, 2012

La debilidad de los demócratas venezolanos reside en su virtud

La debilidad de los demócratas venezolanos reside en su virtud

Hoy los venezolanos eligen al candidato presidencial que desafiará a Hugo Chávez. Si las encuestas dan en la diana, el ganador será Henrique Capriles Radonski o Pablo Pérez. Muchos creen que entonces la oposición tendrá su última oportunidad en las urnas. Yo creo, más bien, que será la última vez en que veremos a Chávez con la sofocante máscara del juego democrático. A la evidente ecuación de que el chavismo no quiere abandonar el poder, hay que agregar el factor de que Cuba no puede darse el lujo de perder al chavismo. En rigor, la oposición venezolana se enfrentará en octubre por persona interpuesta a Fidel y Raúl Castro.


La debilidad de los demócratas venezolanos reside en su virtud. Con sus naturales fragmentaciones y sus arraigados escrúpulos, conforman el género de oposición que históricamente ha sido barrida por líderes como los Castro y los Chávez. En esencia, es una oposición que parece incapaz de llevar sobre sus hombros la mala conciencia de provocar un baño de sangre. Otro ejemplo de la incapacidad de la sociedad civil para superar por medios pacíficos un asalto totalitario desde el poder. Toda vez que ese asalto se lleva a cabo contando con la limitación ética y legal del contrario para recurrir a la violencia.
Dado el carácter de Chávez, la probabilidad de que reconozca una derrota ronda el milagro. Dado el carácter de los hermanos Castro es francamente acientífica. La supervivencia del castrismo no será dejada al albedrío de Capriles, Pérez u otro inesperado ganador. Tampoco, por cierto, al albedrío de Chávez. La cubanización de Venezuela apenas deja espacio para conjeturar en el cercano futuro la existencia de una oposición confinada a una intermitente función lírica. No hay en Venezuela una estructura opositora que resista una represión fulminante y minuciosamente planificada en caso de que al oficialismo se le vayan los votos de las manos.
A los opositores venezolanos les espera tarde o temprano el dilema de dejarse exterminar o asumir la grotesca paradoja moral de cometer actos atroces en nombre de una justa causa. Dicho de manera literal: si pierden las elecciones presidenciales, serán reducidos a la minima expresión; si ganan, tendrán que alzarse en armas. El pellejo de tres generaciones de los Castro depende de la continuidad del chavismo. Más que la supervivencia de un monstruoso modelo político, aquí lo que está en juego son las riquezas nacionales y extranjeras, la integridad personal y el santuario de la familia gobernante en la isla y sus mafias vasallas. Considerado ese detalle, si la situación se torna insoportablemente tensa en los próximos meses, tanto Chávez como el candidato opositor harían bien en dormir de espaldas a la pared y con los ojos abiertos. Chávez por si se necesita un mártir; y el otro por si sobra un héroe.
Esto no quiere restar importancia al proceso electoral. Al contrario, ese indispensable ejercicio ciudadano ayudará a los venezolanos a cruzar el umbral de una trascendental definición. Sobre los hombros del candidato que hoy gane las primarias opositoras pesará la misión de darle a Venezuela un renovado discurso político y un rumbo de resistencia. Tal como ocurrió en Cuba, los venezolanos cometieron la suicida estupidez de entregar una próspera y prometedora nación a un sangriento payaso. Luego, apostaron por verlo caer víctima de sus errores. No advirtieron (todavía los cubanos no advertimos) que estos hombres encarnan un perverso principio de identidad inscrito en nuestro brutal (y en algunos casos mutilador) nacimiento como repúblicas. Un principio que nutre la incomodidad de nuestras culturas frente a la razón, el mérito, la solidaridad y el compromiso, es decir, la civilizada modernidad.
La democracia venezolana rendirá su fatigado aliento el domingo 7 de octubre. A las buenas o a las malas. El destino de la nación dependerá a partir de allí, como nunca ha dependido de nadie, del temple, la sabiduría y, sobre todo, la buena estrella de los opositores que recojan el acta de defunción.

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